Por: Verónica Fornaguera.
Psicóloga
Bendito dolor que vienes a mostrarme, a contemplarte, a moverme o a aquietarme.
Bendito dolor que invitas a sentirte para sentirme, para verme, para actualizarme.
Dolor sagrado que purgas, alquimizas, abres, quiebras corazas y expones mi más pura vulnerabilidad.
Santo dolor que a veces obligas a cambiar mis planes, me cambias el rumbo, me alteras la existencia y me llevas a nuevas expresiones de mi ser.
Dichoso dolor, combustible para la evolución.
El dolor, en cualquiera de sus manifestaciones, es un mensajero que viene a pedirnos atención: hay algo que está desajustado, desatendido, desbalanceado, descuidado, no visto. Y en ese sentido es importante atender ese llamado y disponernos a investigar dónde está la raíz. Los dolores suelen mostrarnos rigideces, estancamientos, debilitamientos, cristalizaciones, desbalances.
Hay una estrecha relación entre los dolores físicos y los emocionales. Muchas veces, por hábitos que generamos en nuestra crianza, nos cuesta trabajo identificar o atender los dolores emocionales de manera adecuada y oportuna, entonces los reprimimos, los evitamos, los “aliviamos” con sustitutos de otro tipo (comida, relaciones, sustancias, actividades, pensamientos, entre otros). Estos dolores emocionales no sentidos, no expresados, no contenidos, no vistos, se van acumulando y eventualmente pasan su factura en forma de malestares emocionales generalizados, enfermedades y dolores físicos.
Hemos estado mal acostumbrad@s a “aliviarlo” temporalmente, a evitarlo, luchar contra él. Pero el dolor es una invitación a parar, a atender, a investigar sobre nuestra existencia, a buscar el balance refundido en estilos de vida cristalizados, limitantes, nocivos o caducos. Es un portal para explorar nuestros lugares físicos y/o psíquicos no vistos, olvidados en el pasado o en un presente que perdió su sentido de estar siendo. Es un compañero implacable hasta que lo entendemos como aliado.
Es importante diferenciar el dolor del sufrimiento. El dolor es la sensación física y emocional, que es síntoma de una afección del cuerpo físico o emocional por enfermedad o por alguna experiencia difícil. El sufrimiento es la perpetua lucha contra esa sensación que se convierte en relatos interpretativos que construimos alrededor de nuestras afecciones o nuestras experiencias y que muchas veces nos creemos hasta identificarnos con ellos de forma tal que nos determinan.
Mi invitación es mirar nuestros dolores a los ojos, hospedarlos amorosamente en nuestros cuerpos y explorar con curiosidad qué nos están mostrando, qué nos están pidiendo, qué nos vienen a enseñar. Doler conscientemente es, paradójicamente, un acto de sanación.