La terapia se convirtió en los primeros pasitos de un viaje de descubrimiento, autovalidación y confianza.

Los terapeutas también vamos a terapia …

Por: Daniela Benítez Pardo. 26-10-2022.

Como parte de mi formación como terapeuta, me exigieron tomar terapia, pasar por mi cuerpo las herramientas para poder dirigirlas después con otras personas. Parece lógico ahora, pero aun siendo psicóloga me resultaba un tanto innecesario. Estaba contenta contando mi versión de siempre; este guion repetido sobre mi vida que narraba como si fuera ajena, argumentándome que todo estaba bien y por lo tanto no habría qué llevar a cada sesión. Aun así, era un requisito, por eso decidí tomarla como una asignatura más, un acto protocolario que de seguro terminaría sin ningún revuelo.

Cada clase era un espacio terapéutico, y yo que iba preparada con mi cuaderno y mi lápiz para memorizar cada concepto, me sorprendí cuando me pidieron parar y contactar con mi emoción. De la teoría sabía mucho, entendía qué emociones existían, cuál era el propósito de cada una de estas y hasta los procesos neurológicos que las acompañaban. Sin embargo, cuando me preguntaron qué sentía y no tomaron como respuesta mi discurso racional, me encontré con un gran vacío; para mí no era tan claro saber qué componía ese mar de emociones que estaba viviendo, en qué parte de mí se alojaba cada una, y cómo describir las sensaciones que traía. Me pidieron que escuchara mi cuerpo y yo lo único que percibía era a mis piernas listas para salir corriendo. Lo extraño es que acá no tenía que saberme todas las respuestas, era válido no saber, y me acompañaron, sin juicio y con compasión, a explorar esta no respuesta.

De a poco, y con el tiempo, empecé a escuchar un hilo de voz, hablaba bajito, apenas se escuchaba, pero empezaba a hablar y traía información importante. Aparentemente era mi voz: traía memorias muy vivas y el claro mensaje de la necesidad que tenía de volver a conectar conmigo, de lo distinta que me sentía cuando iniciaba y terminaba el día habiendo estado en consciencia. Empecé a escuchar más claro lo que llevaba años gritándome, me permití descongelar el duelo de mi papá que asumía como ya procesado, pero que resultó estar tan fresco como para empezar a ser llorado. Trabajé en reconocer qué tenían de propio esas características que con tanto rechazo veía en los otros. También bucee, por largo rato y profundamente en mis exigencias y en las expectativas ajenas que me había comido sin masticar, como el de estar de forma INCONDICIONAL para quienes amo, o el de ser tan tranquila como para nunca enojarme, entre otros tantos. De a pedacitos y con paciencia, fui apoderándome de mi posibilidad de elección, para ir reemplazando “lo que debería” por elecciones conscientes.

Empecé a recorrer mi geografía y a reconocerme en ella, había vivido toda una vida conmigo y nunca me había caminado en toda mi amplitud. Este viaje era toda una novedad, y me emocionó mucho, me parecía casi ridículo que llevara 27 años sin reconocerme. Si yo misma no me conocía y no era consciente de mis fronteras, ¿cómo podía pedirle a otro que las respetara? Este fue un punto crucial en mi proceso personal: entender que solo al habitarme y reconocer mi contorno podía delimitar mis bordes, y solo desde ese lugar podía relacionarme de forma sana con otros.

Así, fui sintiendo más real, más yo, fui teniendo una relación conmigo más sincera, más transparente, adentrándome en un campo sagrado, que da paso a lo genuino, al contacto puro, a un espacio donde no se discrimina la emoción, e incluso el dolor tiene cabida en la conversación cotidiana. Me di cuenta que no es un proceso lineal pero que tampoco se puede desandar lo recorrido, así que con tropiezos y con retrocesos, con terapia he hecho camino y camino importante, porque esta vez definitivamente es MI camino, este que empieza a pavimentarse con el: “yo soy yo y tú eres tú, yo no estoy en este mundo para cumplir con tus expectativas ni satisfacer tus necesidades”… y que continua tomando la dirección de “estoy en este mundo para cumplir las mías, cuidarme, amarme y priorizarme”. 

Así que esto que empezó como un requerimiento más, se convirtió en los primeros pasitos de un viaje de descubrimiento, autovalidación y confianza. Y también en la formación más importante para mi quehacer como terapeuta, porque claro que es importante un aprendizaje teórico, pero este no funciona si no lo acompañamos de nuestra parte humana. Podemos guíar sus procesos porque nosotros también hemos vivido, y estamos viviendo uno propio, conocemos las ganas de saltarnos el camino y querer obtener resultados rápidos y mágicos que nos ahorren el dolor. Sabemos lo sanador de hablar en un espacio sin juicios, de ser acompañadas y contenidas en la tristeza. Lo frustrante de ver un retroceso cuando nos sentíamos en línea ascendente, y lo emocionante de sentirnos acompañadas en nuestros logros o cuando deconstruimos un patrón doloroso. Entendemos de cerquita cada emoción, no porque nos hayamos leído el libro, sino porque la hemos atravesado y aprendido a gestionarla. Somos también humanas, y en nuestras terapias también encontramos conflictos que parecen imposibles de resolver hasta que se encuentran con una mirada externa y se llenan de claridad.

Los terapeutas también vamos a terapia, por eso la recomendamos, porque conocemos mejor que nadie, como consultantes y como terapeutas, lo provechoso que este espacio para sanar, aprender y crecer.

Selecciona tu moneda