LOCURA, es una palabra cargada de miles de imaginarios y temores, miedos que escucho todos los días. ¿Pero qué es la locura?, la locura en su descripción más básica hace referencia a comportamientos que rechazan las normas sociales establecidas, la desviación a la norma.

¿Esto a que nos lleva?, a reconocer a la locura como una construcción social, porque finalmente es allí donde se origina. “No es bien visto tener una enfermedad mental, es mal visto que digan que uno está loco”. En nuestro contexto en donde hay continuamente presión por alcanzar el éxito en todas nuestras áreas (social, económica, afectiva, laboral), se sobrevaloran estereotipos de perfección dentro de los cuales condiciones como la depresión o la ansiedad son consideradas como una barrera al éxito.

Es aquí donde entra con gran fuerza el concepto de estigma (una marca que muestra una diferencia o que sugiere la posesión de atributos desacreditadores); un estigma hace menos “apetecible” a quien lo porta.

 Uno de los mayores problemas de ser portador de un estigma es que este sin importar su fuerza o intensidad oculta y minimiza el resto de los atributos; pudiendo incluso convertirse en el mismo ser, lo que hace de una u otra forma deshumanizar a su portador.

Esta deshumanización facilita las conductas de discriminación “No es igual a nosotros, es diferente”. Y esto es justamente lo que escucho diariamente, en una sociedad en la cual hemos aceptado las altas exigencias frente a lo “perfecto”, a los “triunfadores”. Tener síntomas afectivos o trastornos del ánimo nos estigmatiza (muchas veces nos auto estigmatizamos) y nos devalúa.

No quiero que nadie sepa que tengo esto, creerán que no soy fuerte…, ¿Podemos cambiar el diagnostico?, puede que me echen del trabajo si saben que es por esto que me incapacito o no confiaran en mí como antes…, me pueden quitar a mi hijo si saben que tengo esto. Estos son algunos de los miedos que escucho. Todos ellos tienen un elemento común: la debilidad y la perdida de fortaleza.

Quien es fuerte no se permite sentir tristeza, miedo, temor o rabia. ¡Falso!, la fortaleza hace referencia a la capacidad de soportar, sostener o resistir. En ningún momento hace referencia a las emociones que surgen durante el proceso. Así que sí, somos fuertes y capaces así hayamos tenido o estemos atravesando por un momento emocional complejo.

Pero ¿Qué podemos hacer socialmente para vencer este estigma?, en principio es importante saber que el estigma está compuesto por 3 elementos: los estereotipos, los prejuicios y la discriminación. Los estereotipos son las creencias que asignamos y aceptamos socialmente frente a los comportamientos y respuestas de los integrantes de nuestra sociedad; el prejuicio es la valoración o evaluación negativa que hacemos de aquello que esta fuera de los estereotipos que hemos creado; la discriminación es la conducta desigual en el trato que damos a quienes están fuera de los estereotipos.

Desde aquí, la propuesta partiría de la revisión de los estereotipos de fortaleza y por otro lado de la posibilidad de ampliar nuestro conocimiento acerca de los estados emocionales y las enfermedades que surgen de ellas (suelen ser el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, biológicos y psicológicos de cada individuo).

 ¿Esto qué significaría?, que hacer juicios o prejuicios frente a las condiciones de cada ser es imposible. Por el contrario, alejarnos de los juicios facilitaría la capacidad de ver todos los atributos y la integridad de los seres humanos.

Esta es una invitación a todos los que han sentido o están sintiendo estados emocionales intensos que puedan estar perturbándolos y también a las personas que puedan estar acompañándolos para que puedan reconocer sus virtudes y fortalezas a pesar de lo que están sintiendo. Permítanse hablarlo, conocerlo, atenderlo.

ARETIO ROMERO, A. (2010). Una mirada social al estigma de la enfermedad mental. Cuadernos de Trabajo Social, 23, 289 – 300.

MORALES FUHRIMANN, C. (2017). La depresión: Un reto para toda la sociedad del que debemos hablar. Revista Cubana de Salud Pública. Volumen 43(2).