Si te sientes irritable, desgastado, abrumado o ansioso con mucha frecuencia.
Si tienes malestares en tu cuerpo que no logras mejorar como dolores de cabeza, dificultad para dormir, problemas digestivos o dolores musculares.
Si tu apetito aumenta y disminuye al igual que tu peso y tu relación con el alcohol va y vuelve de manera abrumadora.
Si vives con conflictos frecuentes con tus amigos o tus personas cercanas o si al contrario sientes que te has aislado porque no soportas el contacto con nadie.